Otra Mirada. Viajeros en Santa Brígida
José Luis Domínguez. Ando Sataute
Christian Leopold von Buch, barón de Gehmersdorf (1774-1853), fue un naturalista, geólogo y paleontólogo alemán, recordado principalmente por sus contribuciones a la Geología durante la primera mitad del s. XIX.

Estudió de 1790 a 1793 en la Escuela de Minas de Freiburg, época en la que entabló amistad con Alexander von Humboldt. Una vez terminados sus estudios fue Inspector de Minas por un tiempo, puesto que abandonó para dedicarse en exclusiva a la investigación científica. En 1797 viajó a los Alpes junto a Humboldt, y al año siguiente visitó el Vesubio, en Italia. En 1802 recorrió Francia, y tres años después vuelve a Italia para contemplar una erupción del Vesubio, junto a Humboldt y Gay-Lussac -conocido por su contribución al estudio de las leyes que rigen el comportamiento de los gases-. En 1815 viaja a las Islas Canarias en compañía del botánico noruego Christen Smith, y durante seis meses recorren juntos Tenerife, Gran Canaria, La Palma y Lanzarote, islas de las que realizan una descripción geológica, en particular de los fenómenos volcánicos, mientras efectúan numerosas observaciones científicas. Como resultado de este viaje, von Buch escribiría después la primera obra importante en la geología y vulcanología del archipiélago, Descripción física de las Islas Canarias, donde expuso su teoría sobre los cráteres de levantamiento. A él se debe, además, la adopción en el vocabulario geológico del término “caldera”, como consecuencia de sus observaciones en La Palma. Fue, junto con Humboldt, uno de los científicos más notables de su época.
Bandama
Gran Canaria no presenta ningún volcán, es decir, ninguna comunicación con el interior de la tierra por la cual los fenómenos volcánicos se puedan manifestar en la superficie. Desde que la isla fue conquistada, nunca se ha conocido una erupción que haya dado origen al nacimiento de corrientes de lava. Sin embargo, no ha escapado a las influencias de la actividad volcánica, pero es realmente notable que las huellas de esa actividad sólo se puedan observar en un espacio muy limitado. La parte noreste de la isla presenta corrientes de lavas bien caracterizadas y perfectamente determinadas, que se pueden seguir hasta los cráteres que las han originado. Son mucho menos evidentes en la parte noroeste y en el resto de la isla ya no se ven huellas de corrientes, de escorias, ni de lapilli.
El cráter más importante de Gran Canaria, y quizás incluso uno de los más notables de los que existen en la superficie del globo, es la Caldera de Bandama, que se encuentra al sur de la ciudad de Las Palmas, a una distancia aproximada de una milla alemana. Mucho antes de llegar a este inmenso agujero, la gran cantidad de pequeña lapilli negra que se extiende a su alrededor hace sospechar su existencia. En la pendiente que mira al mar ya aparece esa lapilli, aproximadamente a dos tercios de la distancia que la separa del centro del cráter. Como generalmente ocurre, esta materia se vuelve más frecuente a medida que uno se acerca a los bordes del cráter, que incluso está formado por ella hasta una altura cercana a los 70 pies. La lapilli forma capas poco espesas, que descansan unas sobre otras siguiendo la pendiente del cono, lo que permite calcular su inclinación. Esta evaluación no deja de ser de una gran utilidad para encontrar el cráter, en el caso de que no esté bien caracterizado o que haya sido destruido por erupciones posteriores.
Entre la lapilli negra que forma los bordes del cráter, se ve una gran cantidad de materias escoriformes y bloques enormes. A una cierta profundidad, las paredes del cráter están formadas por un conglomerado cuya masa principal es una especie de wacke, sin mica ni hornablenda, en el que se encuentran empastados pequeños fragmentos de una amigdaloide, cuyos nódulos están llenos de aragonito en agujas; también se ven bloques de basalto y muchos trozos traquíticos. Este conglomerado forma la masa de unos peñones que se extienden, al menos en la parte septentrional, desde lo alto hasta casi el fondo del cráter. La misma roca se encuentra en el exterior, en las partes inferiores de la falda occidental, cerca de la Vega de Santa Brígida. En ese punto, el basalto aparece por debajo del conglomerado, contiene una gran cantidad de peridoto de un color verde oscuro y su textura es tan grosera que sólo con grandes esfuerzos se puede llegar a tener una fractura fresca.
El basalto no se ve en el interior del cráter; al contrario, toda la parte oeste está formada por inmensos roques traquíticos y los bloques que se presentan por este lado de la pendiente son de la misma naturaleza. La masa principal de esta roca es gris, fisible, de fractura casi unida; los cristales de feldespato que se encuentran empastados en ella son blancos y no tienen siempre el mismo brillo vítreo; son muy finos y están dispuestos de forma paralela; la hornablenda se halla en cristales extremadamente pequeños. En algunas partes, la pasta de la roca se vuelve de un color pardo rojizo. Con frecuencia, allí se encuentra hierro oxidado magnético en pequeños cristales, visibles a simple vista.
En el lado opuesto, en el fondo del cráter no se observa esta traquita y es probable que no exista. Si al dejar la roca traquítica, se desciende por la lapilli que forma la pendiente exterior de la montaña, antes de llegar al basalto que se muestra cerca de La Vega se encuentra una toba blanca, que no está compuesta de piedra pómez, sino que se relaciona por completo con la toba de Las Palmas.
Este inmenso cráter, todavía mayor que el del Pico de Tenerife, por su aspecto y profundidad recuerda el lago de Nemi, y aún más el lago de Albano. Es completamente circular y Escolar calcula el diámetro de su abertura superior en una media milla; según el mismo autor, el diámetro en la base inferior es de 450 a 500 varas (de 1.160 a 1.300 pies aproximadamente). El fondo es una llanura fértil, cubierta de hermosas plantaciones de viñedos y de árboles frutales.
El borde oriental es un poco más alto que el otro borde y forma una especie de punta, el Pico de Vandama, que se distingue desde Las Palmas.
La cima de esta protuberancia está a 1.722 pies sobre el nivel del mar; una casa construida en el mismo borde del cráter, a la que llega el camino que desciende a la Caldera, se halla a 1.343 pies sobre el nivel del mar; el fondo del cráter solamente está a 693; por consiguiente, el fondo se encuentra a 1.030 pies por debajo del borde más alto y a 640 del más bajo.
Se intentaría buscar en vano las corrientes de lava pertenecientes a este cráter o que hayan sido arrojadas desde sus faldas. En el interior, en el fondo no se ve nada que se pueda considerar como una corriente o como una lava antiguamente fluida. Incluso es bastante probable que este cráter, tan bien conservado, nunca haya arrojado productos de esta naturaleza; en efecto, normalmente los puntos por donde se abre paso y fluye la lava en un cráter se reconocen por las partes escotadas o completamente destruidas de sus bordes.
Todo lo que se observa en su interior no parece ser otra cosa que los restos de las capas desmembradas de basalto, toba y traquita se ven cerca del borde del mar. El conglomerado que se halla en la parte septentrional casi sólo se lo puede considerar como producido por un basalto, quebrado y pulverizado, en el que fueron englobados trozos de basalto y de traquita.
Sin embargo, es difícil creer que la actividad volcánica que formó un cráter tan considerable no haya tenido la suficiente intensidad como para producir una corriente de lava; quizás esas lavas, al mismo tiempo y en las cercanías, produjeron un cráter más pequeño por el que se abrieron paso para extenderse a continuación por la superficie. Me siento muy inclinado a creer que la corriente de Jinámar pertenece a la Caldera de Bandama y que salió por una boca volcánica relacionada con este cráter. Hay que observar que esta corriente está a poca distancia de la Caldera.
Cuando se desciende de Bandama a Jinámar por el lado noreste, a una media legua se encuentra una montaña formada de lapilli, que se eleva a la izquierda del valle, a unos 300 pies por encima de los conglomerados sobre los que está situada. Esta montaña ya se encuentra a un nivel mucho más bajo que el fondo del cráter de Bandama y se compone de fragmentos y de escorias, negras y pardas, sin ninguna cohesión. En la cima hay un pequeño cráter, cuya circunferencia es de algunos centenares de pasos y su profundidad de 20 pies. La erupción que produjo el cono quebró las capas de toba y de conglomerado de las cercanías; se ve como la toba blanca continúa por debajo de la lapilli. Por encima se observa una corriente de lava.
A partir de esta montaña, y también de la pendiente opuesta de Telde, se contempla como por el fondo de los valles descienden anchas cintas negras, que se extienden como arroyos y que se juntan en los puntos donde esos valles se unen; entonces siguen un trayecto común a través del valle principal; sin embargo, estas corrientes no llegan al mar; se terminan en los alrededores de la iglesia de Jinámar. El camino de Jinámar a Telde pasa muy cerca de la base de otro cono de lapilli, cuya corriente sigue el valle y se precipita hacia el mar.
Estas lavas son porosas y están tan dilatadas que es muy difícil distinguir la masa sólida que las compone; esta masa es basáltica; en ella se ven claramente el peridoto y la hornablenda, pero no el feldespato. Por lo demás, su espesor es escaso y no asciende a más de 10 pies.
El aspecto de las corrientes y sus otros caracteres son tan parecidos a los productos volcánicos modernos, que es muy sorprendente que no se conserve ninguna tradición sobre las erupciones que las produjeron.
Por otra parte, estas lavas no pueden indicar nada sobre la naturaleza de las masas interiores, pues no se puede dudar de que no procedan de las capas basálticas que se observan en toda esa comarca, en el fondo de los valles y en los bordes del mar.
Las corrientes que acabamos de mencionar son las únicas bien determinadas de la isla y las únicas que se pueden comparar con los productos de los volcanes todavía en actividad, excepto las de La Isleta. Todas las otras materias que se observan en los valles y que se podrían tomar muy bien por corrientes, porque siguen la pendiente de esos valles, generalmente se hallan cubiertas por la toba y los conglomerados, lo que demuestra que pertenecen a un período en el que el estado de la isla era completamente distinto.
En el camino de Las Palmas a Bandama, en medio del hermoso valle de La Vega, se elevan otros dos conos que, por su estructura interior, tienen mucha analogía con el de Bandama. La mayor parte de ellos están cubiertos de lapilli; los dos son abiertos y, por lo tanto, la caldera que se encuentra en el centro es poco aparente y mal determinada. El primero, que está situado en la parte más baja del valle, se halla por debajo de la casa de campo Hernan Manriquez, en el lado oriental, y a causa de las cuevas artificiales que hay excavadas en él recibe el nombre de las Cuevas de los Frayles. De la base sale una corriente de lava muy porosa, que contiene feldespato y hornablenda y que, por consiguiente, es traquítica.
El otro cono, situado en la parte más alta del valle, se llama el Pico de la Angostura; se encuentra totalmente abierto por el lado del valle y está formado casi por completo por capas de lapilli negra. Los hombres han excavado esta masa porosa para hacer viviendas, que constituyen la pequeña aldea de Tofina. No he podido encontrar ninguna corriente de lava que corresponda a este cono de erupción.
Todos estos fenómenos volcánicos, caracterizados de una manera tan evidente, están limitados a la parte de la isla comprendida entre el valle de La Vega de Santa Brígida, al oeste, y el de Jinámar, al este. Más allá de estos límites, ya no se ve nada que recuerde las erupciones, las escorias o el lapilli. La acción volcánica tampoco se extiende mucho en las alturas.
A partir de Bandama, la cadena montañosa se eleva por una pendiente bastante suave hasta el notable pueblo de La Atalaya; en este punto todavía se ven algunas montañas que parecen ser conos de erupción y hasta allí se encuentra lapilli esparcida por el suelo. La naturaleza de la comarca cambia por completo; todas esas masas negras están limitadas por una cresta aguda, que las separa de las capas de toba blanca que se extienden hasta una considerable distancia. La roca que compone estas capas se parece mucho más a la toba de Nápoles que a la de Las Palmas; en efecto, la masa que se encuentra en La Atalaya es una toba de la naturaleza de la pómez, bien caracterizada, y no una roca esponjosa y pulverulenta como la que se encuentra en el borde del mar.
En esta toba están hechas las viviendas de los habitantes de esa comarca y las casas están dispuestas en terrazas, una encima de la otra, de forma muy regular. Las puertas y algunas ventanas que iluminan el interior son los únicos objetos que, desde abajo, dan a conocer que la montaña está habitada; y aún así, estos objetos ya no son visibles a una corta distancia. Durante el día, los habitantes se recogen en sus casas, adornadas y cubiertas de esteras hechas con las fibras de las hojas del Agave, y allí se protegen del ardor del sol; y cuando por la tarde se ve salir de sus casas a los dos mil habitantes de esta ciudad subterránea y cómo se desparraman por la montaña en todas las direcciones, como si la tierra acabara de parirlos de repente, uno se siente tentado a rechazar el testimonio de sus sentidos y a considerar este espectáculo extraño como una ilusión.
El pueblo está construido en la falda de un valle que, en su prolongación, separa la Caldera de Bandama del cono volcánico de Jinámar. A unos centenares de pies de Bandama, cuando se desciende hacia el valle, se ve una masa basáltica dividida en columnas prismáticas. Este basalto, que se extiende siguiendo el valle e inclinándose hacia el fondo, probablemente esté relacionado con el que se observa por encima de Telde y en el fondo de los barrancos, cerca del borde del mar.
Comentarios destacados:
Con respecto a este artículo de José Luis Domínguez, me gustaría destacar no sólo la importancia que tiene el escrito como “tratado” sobre la geología en la primera mitad del siglo XIX, sino también su relevancia para el conocimiento de nuestro patrimonio. Muchas veces por desconocimiento no le damos el valor que se merece a las cosas que tenemos en nuestro alrededor; en ocasiones es porque no sabemos su importancia. De ahí la labor fundamental de este tipo de artículos.
Por otro lado, este relato en concreto, nos acerca más a esta herencia cultural de TODOS, ayudándonos a comprender la necesidad de conservación de nuestro patrimonio. La fragilidad de algunos materiales, como bien se deja constancia en este artículo, hace que peligre algunos legados del pasado. Dos ejemplos son los que ha mencionado el alemán C. Leopold von Buch, que señala la cualidad porosa del poblado alfarero de La Atalaya y el conjunto arqueológico Cuevas de Los Frailes; éste último declarado Bien de Interés Cultural (BIC) y que actualmente se está desprendiendo…
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