Conchi Castellano Nogales, Ando Sataute, desde Madrid, donde estudia 1º de Periodismo
Hace apenas medio año que me fui de mi pueblo para vivir en Madrid, y si bien es cierto que aquí las posibilidades culturales son significativamen
te mayores, no puedo obviar que fue en Santa Brígida donde empecé a estudiar música, donde me uní a la banda municipal, participé en proyectos teatrales, toqué y canté con el coro del instituto y el Coro de Cámara, patiné por las calles, tiré con arco, leí… El pueblo de mi niñez era, como me dijo mi madre, “el pueblo de las flores”, con su mercadillo lleno de gente, la fuente de la rana en la esquina junto a la puerta del parque municipal, el palmeral frondoso, la charca detrás de mi casa, en un campo lleno de flores amarillas que se extendía sin obstáculo hasta la actual residencia de mayores, la escuela de música con muchos profesores y muchos instrumentos, el aparcamiento al que se traía la feria…
No solo es que tuviera una infancia bastante bonita, llena de juegos y alegría como espero que sea la de cualquier niño, sino que mi implicación en las actividades culturales del
pueblo fue siempre grande; desde los seis años hasta los diecisiete, que terminé mis estudios en el IES Santa Brígida, estuve inscrita en la escuela de música para ver cómo poco a poco los maestros iban “desapareciendo” y con ellos los alumnos. Mi hermana tuvo que abandonar el clarinete después de una década estudiando al no cubrirse la plaza vacía. En un supuesto intento de redimirse, cuando solo hacía un par de años que yo tocaba la flauta travesera, me metieron de cabeza en la recién recompuesta banda municipal, que tuvo un demasiado buen director para un ayuntamiento que solo nos contestaba con evasivas a la solicitud de presupuestos simples para tocar, para vestirnos, para promocionarnos… hasta que el gobierno actual se comprometió, pagó 3000€ a un nuevo director que llamó a sus amiguitos para un concierto, prometió una enseñanza conjunta con la escuela del pueblo, utilizó la hucha para comprarse instrumentos, y desapareció sin dejar rastro.
Los desencantados nos unimos a la banda de San Mateo. Parece ser que en Santa Brígida—y es triste decirlo con tan poca edad—no podemos contar con casi ningún apoyo por parte del ayuntamiento en lo que concierne a juventud y cultura, si no llega a ser por las iniciativas de las pocas personas comprometidas que aún creen en lo que hacen, y se esfuerzan por hacer de la villa un lugar para la gente con un mínimo de sensibilidad. Si no tomamos las riendas nosotros mismos, es imposible desear un pueblo con cultura, con niños ilusionados tomando sus instrumentos por primera vez, con chicos y chicas trabajando duramente como he visto, por su propia voluntad, aun sin el apoyo de las instituciones que nos gobiernan. Ejemplos como el de los torneos de Super Smash Bros organizados por mis amigos o el del Concurso de Relatos Cortos de Drago lo demuestran; de nosotros surgen las ideas que fomentan la participación de los niños y adolescentes. ¿Qué se puede decir de un pueblo cuyos jóvenes van a San Mateo, a Las Palmas o incluso más lejos para continuar sus actividades artísticas o deportivas? Como poco, se trata de una situación vergonzosa.
Yo ya me he ido y no retomaré mi vida en Santa Brígida, pero no dejo de desear un municipio como el que me gustaría haber tenido, sin un mamotreto inacabado recortándose contra el cielo como primera impresión del visitante, con un espacio para poder patinar, con una biblioteca nutrida, bien organizada y concurrida; una plaza como buen ágora en la que dignamente podamos reunirnos y hablar sin molestias; una escuela de música, teatro y danza promocionada por el ayuntamiento y con sede independiente, que sirva de cantera para agrupaciones de todo tipo que permitan a sus alumnos juntarse y ser creativos; un lugar de exposición para las colecciones artísticas de nuestros vecinos… Resulta que a mí me duele en especial todo lo relacionado con el arte, pero hay a quienes se les encoge el corazón con el senderismo, los deportes de equipo, los concursos de matemáticas, la alfarería, el skate, etc., y tanto ellos como yo queremos vivir en un lugar en el que podamos desarrollar nuestras pasiones, nuestra creatividad, nuestro intelecto y muchas otras cosas, con todo el apoyo posible y a nuestra manera, porque somos los que mejor sabemos lo que queremos.
En conclusión, Santa Brígida está en decadencia cultural; es en gran medida una ciudad-dormitorio y necesita de nuestras reivindicaciones e iniciativas para convertirse en lo que no tardará, entonces, en dejar de ser utopía.
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