Carta desde la distancia 11: Un pueblo que acoge a sus jóvenesCarta desde la distancia 11: Un pueblo que acoge a sus jóvenesCarta desde la distancia 11: Un pueblo que acoge a sus jóvenesCarta desde la distancia 11: Un pueblo que acoge a sus jóvenes
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Irene Quintana, desde Penrith (Inglaterra), donde perfecciona el idioma y se busca la vida.ando color 100x100

 

DSC_0113La última vez que estuve en Santa Brígida fue el cinco de enero de este año. Una noche mágica para despedirse hasta la próxima del lugar que me vio crecer como una niña feliz y orgullosa de formar parte de él. Aquella noche los niños – a los que ya no reconozco- veían con brillo en los ojos cómo tres pajes y sus respectivos camellos iban a paso lento por las calles hasta llegar a la plaza de la iglesia, donde tres tronos y Manolo Santana les esperaban para lanzar sus sueños al cielo en forma de globos. Una noche mágica, aunque tal vez no tanto, ya entenderán por qué.
Desde pequeña yo viví más en casa de mi abuela, en la calle Castelar, que en mi propia casa. Allí, justo a dos pasos, tenía la biblioteca, donde Ana Déniz aguardaba para recomendarme algún libro. Detrás, en la calle principal, estaba el cine, en el que cada año actuaba con el grupo de teatro de mi madre, Alicia Ramos y con el ballet de Miguel Montañez. El teatro, sobre todo, fue lo que llenó de vida mis días. Compañeros que se volvieron los amigos con los que fingía ser otra cosa y hacíamos pasar un rato agradable y divertido a la gente del pueblo. El cine se llenaba hasta los topes. Era increíble y reconfortante. Yo confieso que al salir nos sentíamos como estrellas de Hollywood. Después de actuar nos íbamos todos al California a celebrarlo con unas pizzas Margaritas.
El verano era, para cualquier niño, una etapa del año maravillosa. Para mí era, además, emocionante. Yo tengo la enorme suerte de que mis padres siempre han sido personas muy participativas, implicadas en el pueblo. Nosotros formamos parte de la Asociación Patronal de Fiestas El Repique. Nunca olvido los días en los que tocaba poner banderas. Días enteros con el camión de Piqui Rodríguez recorriendo el pueblo y llenándolo de colores. Las fiestas se acercaban. Nosotros ya éramos una fiesta. Juan Ramón y Elba y su excepcional arte montando los decorados, creando murales. Paco Ramos y sus obras de teatro en la plaza de la iglesia. Carlitos el zapatero siempre sacándonos una risa, Neli Ventura y su dulzura –no solo por sus mouse de chocolate-. Wilfredo, que cuando había que trabajar en la plaza era clave para el café de las 4. Yo era feliz cada jueves por la noche, mientras mis padres se reunían con todos los demás al lado de la iglesia. Porque jugué, junto a los hijos de todos, junto a los que fueron mis compañeros y amigos de infancia. Fui realmente feliz.
El pueblo, desde el año 2000, sonaba diferente. Si caminabas un poco, hasta la iglesia, podías oírlo e incluso verlo. Aquel año era raro el habitante del pueblo que no se hiciera con un geranio en la calle Tenderete y, gracias a eso, conseguimos poner a la torre de la iglesia sus mejores galas. Le compramos unas campanas nuevas y, por si echaba de menos las viejas, se las dejamos en la plaza recordándole que fuimos nosotros quienes lo hicimos. Hasta TVE vino a escuchar el nuevo sonido de Santa Brígida.
No puedo evitar acordarme ahora de la noche más mágica que viví en Santa Brígida. Fue la noche del 5 de enero, aunque no recuerdo de qué año. El antiguo aparcamiento se convirtió en un enorme escenario donde una estrella fugaz (Patricia Rivero), Nefertiti (Alicia Ramos) y Manases (Rafa Martín) me conmovieron hasta lo más profundo bajo la dirección de Miguel Martín. Desde allí, fui corriendo hasta la iglesia, adelantándome a la cabalgata, para esconderme bajo la cuna del niño Jesús. Lo arrastré hasta afuera para terminar la actuación y desde allí abajo, escondida, sentí orgullo y sentí que formaba parte de la magia de la navidad en Santa Brígida.
Con el paso de los años, Santa Brígida ha ido creciendo hacia abajo. Lo que antes era un palmeral abandonado donde a veces ponían el circo, ahora era una urbanización que tardaba en coger vida. Las últimas veces que visité el pueblo, parecía haber más vida allí que en la calle Tenderete. Poco a poco, tiendas y bazares que siempre habían sido el motor que bombeaba la sangre del municipio, habían ido desapareciendo. Por suerte, creo que Maru sigue teniendo la receta mágica. Aún me acuerdo, el 1 de enero del año 2000, fui corriendo con 1 euro y le pregunté – Maru, ¿con 1 euro me da pa un bollicao? Y al lado, el herbolario parecía que se iluminaba con las sonrisas y generosidad de Chicha y Sonia. Tampoco olvido los dulces de Los Ángeles, ni las deliciosas pizzas de Cachitos. Ester, decidiendo desde Liquen cuando empezaba la navidad. El mercadillo, donde cada domingo rogaba a mi padre 100 pesetas para ir corriendo al puesto de Pulido a por un huevo Kinder.
Mi pueblo no era solo un lugar donde miles de personas cohabitaban. Mi pueblo eran personas y cada una de ellas tiene un nombre. Cada una de las personas de Santa Brígida hicieron de ella el lugar perfecto donde crecer y ser feliz, donde crear recuerdos que algún día contaré a mis hijos. Sin embargo, llegado un punto de mi vida en que tuve que tomar decisiones, Santa Brígida ya no era una opción. Era solo un lugar al que decir adiós. Cada vez que visitaba el casco solo veía recuerdos, ya no veía personas, apenas veía vida. En el centro del pueblo hay un monstruo que se lo está comiendo todo. Me fui y viví cuatro años en Tenerife, donde estudié Periodismo. Hace unos meses, me volví un poco más valiente y me alejé un poco más. Me vine a Inglaterra, intentando aspirar a un futuro que las políticas injustas en mi país me robaron. Un futuro de éxito, de almuerzos familiares y de recuerdos que ahora estarán volando con la fuerza de los alisios.
Santa Brígida es grande y yo lo sé. Tal vez sean sus ciudadanos quienes deban recordarlo. La historia siempre es el empujón que hace falta para que recordemos quienes somos, para que despertemos del letargo. Por eso en esta carta he querido regalarles mis mejores recuerdos, porque he formado parte- aunque sea un poco- de la historia reciente de este municipio. A Santa Brígida y a los satauteños les queda mucha historia, sería interesante que a partir del próximo domingo sea un poco más atractiva para los jóvenes, alentadora para los comercios. Deseo de verdad que la cultura vuelva a ser una vitamina para un pueblo anémico. Desde aquí te susurro, te grito, Santa Brígida ¡Despierta!
Irene Quintana

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