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Articulo de opinión. Luisa Toledo

En el momento en que escribo esto, los representantes de la soberanía popular se echan los trastos a la cabeza en esa absurdez llamada “Debate sobre el Estado de la Nación”, escenario teatral al que acuden todos los partidos dispuestos a representar mejor que el otro los triunfos o fracasos de la legislatura. En el ejercicio de prestidigitación verbal, la palma se la lleva el partido en el gobierno, cuya capacidad imaginativa para describir un país que solo podemos reconocer como el nuestro con grandes dosis de incondicionalidad hacia Rajoy,  es sólo superada por su tendencia al delirio cuando describe el futuro de bondades que se avecina, fruto, nos cuentan, del trabajo bien hecho. En el otro extremo (aunque no tan lejos) a pesar de que es un descanso escuchar a cualquiera que no pertenezca al equipo de superhéroes salvapatrias que nos gobierna, tampoco  convence un Psoe que estrena portavoz salvando los muebles con lugares comunes.

Pero no es de este debate de lo que quería escribir, ni de el estado en que se encuentra nuestra nación, tan blanco o tan negro según quien lo mire. Escuchando a ambos líderes tirarse los trastos a la cabeza, a mí lo que me llama la atención es aquello en lo que están de acuerdo, esa idea de que ellos y sólo ellos representan alternativas válidas y realistas.  Ambos llevan toda nuestra segunda trayectoria democrática turnándose en el Gobierno; manejan todos los entramados del poder y controlan los recursos económicos del Estado; se han enfrentado a una coyuntura económica tremendamente adversa para las clases medias y bajas poniéndose al servicio de intereses ajenos a esta patria que siempre tienen en la boca y acogotando hasta lo indecible a esas clases medias o bajas. Y, hablemos por el partido en el Gobierno pero sólo por eso, porque es el que ahora gobierna, liquidan en poco más de un año lo fundamental del Estado del Bienestar, planteándonos esto como “reformas estructurales que han funcionado” y también como “hacer lo que había que hacer”.

Triunfales y sonrientes, obvian el rescate que al parecer no fue tal y nos presentan como un éxito propio este país en la ruina, este estado de hospitales privatizados y escuelas públicas devastadas  que mantiene unas tasas de desempleo y de desesperanza por encima del 50%, que reduce la inversión pública al mínimo y se organiza en torno al objetivo fundamental del pago de una deuda ajena por cuenta de esos ciudadanos que han perdido tanto, al tiempo que, de manera ostensible y obscena, dilapidan nuestros escasos recursos (o se apropian de ellos, directamente).

Y parecería que,  envalentonados por la pusilánime respuesta de la ciudadanía, nos despiertan día sí día también con una nueva ocurrencia neoliberal, diríase que porque sienten curiosidad por saber hasta dónde de profundas son las tragaderas de este pueblo español (la última el 3+2 universitario, seguido por el exabrupto de Gormendio sobre la insostenibilidad de la universidad pública, provocada, al parecer, por la pretensión de demasiada gente de acceder  a la misma, la culpa siempre termina por ser nuestra).

Y planteado este panorama tan desalentador, nos cuentan que gobiernan de manera realista, ateniéndose a un programa sólido y sin recurrir a veleidades de carácter ilusorio que nos conducirían al precipicio de la peor de las desolaciones. Aquí es adónde quería llegar yo, a los puntos de encuentro, al lugar en que confluyen los dos “partidos del poder”: uno gobierna, el otro es la alternativa (¿?) los nacionalismos son desestimados y la izquierda ninguneada (aunque unos y otra tolerados mientras no representen un peligro para el sistema).

Y con este planteamiento, si  aparecen nuevas propuestas, que desestabilizan su esquema tan previsible, la demonización es absoluta y a su servicio se ponen los aparatos de ambos partidos más la prensa vicaria: chavistas, filoterroristas, corruptos (¡!)  y, cuando nada más funciona, peligrosamente irreales. Repito, peligrosamente irreales. El mensaje común es: “No escuchéis esos cantos de sirena, ese mensaje político irrealizable, ese programa populista que nos llevará al desastre”. Vaya, los que gobernando nos han llevado al desastre, nos venden que además no hay alternativa posible.

Lo malo es que esto es válido tanto para la política estatal como para la autonómica o la local. Pero lo alarmante, lo verdaderamente descorazonador no es escuchárselo a los políticos profesionalizados (que al fin y al cabo viven de y no para la política, que han hecho de la res publica su forma de vida). Lo triste llega cuando en tu espacio más cercano, gobiernan los mismos desde hace tanto tiempo que ya no sabrías dónde situar el principio (con la ilógica consecuencia del deterioro progresivo, del dejar morir lo público) y siempre han hecho oposición los mismos sin que al parecer hayan podido propiciar cambio alguno.  Y si aparece, fruto de la indignación acumulada, de la agrupación de ciudadanos que tienen en común la voluntad de no dejarse vencer por la desidia, una posibilidad diferente de hacer las cosas; ésta será inmediatamente clasificada de irreal “ojo, que serán iguales que los otros, que vendrán a quedarse con lo nuestro, que no hay posibilidad de cambio ni alternativa ni variación de las normas del juego…”. Esta aceptación de que nada puede cambiar, de que, efectivamente, hemos llegado al fin de la Historia (cuando basta con acudir a ella para constatar que no hay nada más cambiante que eso, la Historia, sobre todo cuando la protagonizan grupos humanos en tiempos de crisis). En síntesis es nuestra resignación lo que convertirá en real que no hay alternativa posible.

Mucho mejor que yo lo definió Eduardo Galeano con este pequeño cuento: Un cocinero preparaba una gran comida y preguntó a las gallinas con qué salsa querían ser cocinadas. Una humilde gallina se atrevió a decir “pero es que yo no quiero ser cocinada. El cocinero respondió “eso está fuera de toda consideración. Lo único a lo que tienen derecho ustedes es a elegir la salsa con que serán cocinadas”. Pérez Esquivel, parafraseando a Galeano, convierte el cuento en pregunta: ¿es esto verdad? ¿tenemos esta resignación? ¿nos  limitaremos a elegir la salsa en que queremos ser cocinados?.

Pues nada, me pido kepchup.

Ver Pérez Esquivel preguntándonos si nos resignamos a ser cocinados o comenzamos a cambiar

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