Otra Mirada. Rita Camacho. Ando Sataute
Me llamo Rita Camacho y soy una vecina andante que reside en la urbanización El Molino, muy cerca del casco urbano de Santa Brígida. Aunque no soy “nacida” aquí, me considero una auténtica satauteña pues no sólo crecí en este hermoso lugar desde que tenía 7 años sino que hoy día puedo decir que mis actividades cotidianas las desarrollo prácticamente en este municipio.
¡Quién me lo iba a decir hace años! pues era de esas personas que desde que comencé el instituto solía hacer mi vida en Las Palmas y sólo venía a mi casa para comer y dormir, al igual que el resto de mi familia. Alguna que otra vez, para cosas muy puntuales íbamos al pueblo en coche… Peor fue mi desvinculación con las medianías en mi época universitaria, pues ya no residía en Gran Canaria y todo parecía apuntar que no volvería a vivir en esta zona, eminentemente residencial, sino tan sólo vendría de visita de vez en cuando.
Pero de buenas a primeras el destino me cambió la vida y me vi de nuevo residiendo en nuestro precioso municipio. Curiosamente esta vez sí que hago más vida social en él donde me implico cada vez más de forma participativa como ciudadana. En el casco urbano hago la mayor parte de mis compras siempre que puedo, acudiendo a distintos servicios que nos ofrecen los poquitos comercios que dan sus últimos coletazos por culpa de la desidia de la mala gestión municipal y el aborto del Centro Comercial.
Lo más sorprendente para mí a día de hoy es que, gran parte de mi ocio lo desarrollo con gente del entorno en el que vivo con quienes suelo ir a tomarme algo en la céntrica y atrabancada calle Tenderete donde apenas se puede pasear…¡ Y eso que es la única calle totalmente peatonal de todo el municipio!
Desde que comencé mis estudios en el Colegio Juan del Río Ayala, no había vuelto hacer tanta vida social en el casco, ni siquiera en la época del instituto, cuando por aquel entonces tenía que ir a estudiar a otro municipio. Muchos de los servicios que se ofrecían han ido desapareciendo en estos últimos años y la mayor parte de los satauteños (“…nacidos y crecidos…” o no en Santa Brígida) estamos condicionados a coger el coche para desplazarnos de un lado a otro, por muy corta que sean las distancias, pues las aceras brillan por su ausencia en la mayor parte del municipio. De ahí que muchos vecinos opten por ir directamente a Las Palmas a realizar sus compras.
Pero en el año 2005 la vida de unos pocos vecinos “afortunados”, residentes en las urbanizaciones cercanas al casco, cambió totalmente sus hábitos: Comenzaban las obras de la realización de la acera que se muestra en la imagen derecha.
Con mi súper acera pronto iría caminando a comprar el pan de vez en cuando hasta que finalmente empecé a hacerlo diariamente; luego se sumaron como parte del ritual el periódico y algunas cosillas que quedaban pendientes en la compra del supermercado de Las Palmas, hasta que comencé a llevarme a mis mascotas pues ya no era un peligro ir “las tres” por el arcén de la carretera. Cuando me di cuenta, ya no sólo acudía al pueblo a comprar cosas puntuales sino que también me animaba a ir caminando a lo que llaman “Biblioteca”, a tomarme un chocolate en una de las muchas cafeterías o simplemente poder asistir a alguna conferencia y luego tomar una copichuela sin tener que conducir.
Pronto empecé a relacionarme con mis vecinos, que antes simplemente saludaba con un gesto dentro del coche y también a la gente del pueblo: a las chicas de la panadería, a los dependientes de la librería, a los camareros de las cafeterías…
Con el tiempo, sin darme cuenta, mi querida acera había cambiado mi vida y probablemente mi destino: A ella le debo el seguir viviendo en Santa Brígida y una buena parte de mis colegas.

Desde hace bastantes años y como todo en este municipio, el mantenimiento de la misma brilla por su ausencia así que mi súper acera ha dejado de ser tan súper para convertirse en verano en un auténtico parterre de plantas silvestres, y en invierno en una peligrosa pista de patinaje; aún así, y con todas estas “prestaciones” sin contar las baldosas sueltas del pavimento, estoy muy contenta con ella. Aunque no se le atienda
de la forma que es debida y actualmente está en malas condiciones, me siento afortunada
por tenerla ya que otros vecinos, que pagan las contribuciones como yo, han corrido peor suerte: ¡Uf! Los pobrecillos tendrán que seguir jugándose la vida en fila india por la línea blanca continua de la calzada, y con un poco de suerte conseguirán llegar a su destino.
¡Qué curioso! Quien me lo iba a decir… ¡Las sorpresas que te da la vida! Y la razón de este cambio: Una simple acera.
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